Hoy, 10 de diciembre de 2014, celebramos el 66 cumpleaños de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Uno podría pensar que, tras tantos años transcurridos de vigencia, los motivos que provocaron su aprobación habrían pasado a mejor vida. Pero nada más lejos de la realidad.
Sería injusto afirmar que nada hemos avanzado, pero igual de injusto sería enorgullecernos de un catálogo de derechos que lejos está de su cumplimiento en una sociedad globalizada e injusta como la nuestra.
Guerras, desigualdades territoriales, hambruna, expolio de países ricos a pobres, opresión, violencia, violaciones, abusos infantiles y un largo etcétera nos hacen enfrentarnos a la tozuda realidad de que el camino por recorrer sigue siendo largo. Demasiado largo.
Y, aunque múltiples son las injusticias, no quiero dejar escapar esta breve, personal y, quizás, algo pesimista reflexión sobre los derechos de las personas sin denunciar una de las mayores y más incomprensibles lacras de nuestra sociedad y que estos días sigue estando de actualidad: la violencia sobre las mujeres. Mi más sincera solidaridad y más firme compromiso de luchar contra ella.
Tristemente, muchos serán los años venideros en los que recordaremos este día, pero que no podremos celebrar, porque, en muchos lugares del mundo, en todos, se estarán produciendo violaciones permanentes de esos derechos que esta Declaración consagra.